El otro sueño

La mujer despertó sudorosa y estremecida, y aún más, extrañamente confundida. Soñó que caminaba por un bosque profundo y lúgubre, cuando de repente, se abría paso ante ella un abismo infinito que la arrastraba hacia lo profundo lentamente.
Divagó unos minutos, sin dejar de pensar que había algo de raro y misterioso en aquel sueño. "pero, ¿no fue acaso tan simple y vanal?" se dijo a sí misma, tratando de persuadirse, al mismo tiempo que en su mente, complejamente apabullada, se tejía una terrible premonición. De repente, se percató de que alguien llamaba a la puerta.
El llamado sonó otra vez, agudo y distante, como si se perdiera en el tiempo, en un eco lejano.
"¿Quién es?" reaccionó un instante después, dejando escapar su voz ronca y apagada.
"Soy el que  existe y el que existió" respondió la voz del otro lado de la puerta.
Por un instante quedó entumecida, casi perdida. Comprendió que a través de su sueño había abierto la puerta hacia el fin de todo.  Comprendió que no estaba sola, como ella creía, en ese vacío y aletargado pueblo, con cuyos escasos habitantes nunca había entablado conversación alguna. Reconoció la extraña voz que se perdía en el tiempo, la voz que, creía, ya la había oído antes y  presintió el final. Ella estaba segura de que eso que la esperaba detrás de la puerta llegaría con su espada de fuego encendida. No había otra salida. La única puerta que la conectaba con la realidad, se abriría para conducirla hacia, lo que ella creía, era el fin de su triste existencia.
Y así, con los sentidos latentes, paso a paso, decidió enfrentar el trágico destino al final del pasillo. No necesitó alargar sus frágiles dedos hacia la manija dorada, no necesitó preguntar nada más. Ella estaba esperando en el punto justo donde sabía que sería encontrada.
La puerta de cobre, macisa, se abrió de par en par. Ella se vio a sí misma, igual, aunque un tanto más joven, con el pelo revuelto y los ojos entreabiertos como si se hubiera recién levantado de la cama, como si despertara recientemente de un largo y profundo sueño. En sus ojos vislumbró la misma pregunta y la misma afirmación: "¿Pero, acaso no fue tan simple y vanal?".  Extrañada y estupefacta sólo atinó a gritar sin poder articular, ahora palabra alguna, deseó profundamente poder decir:  "¡Dios mío, es un endemoniado sueño del que no despertaré jamás!".