martes, 30 de marzo de 2010

superficial

Los buscas Quizás la vida, sea la misma todos los días: una historia finita, microficción discontinua. Quizás las horas sean las mismas la mayoría de las veces: eternas maniáticas, tiranas del espacio sin espacio, bestias que limitan con la locura. Pero Nosotros, continuamos la raíz infinita del relato, nos bifurcamos, no nos sentimos, ya no somos los mismos en esta vida, en estas horas, en esta eterna búsqueda de belleza sin belleza. Como fieras iracundas, hambrientas de paz, marchamos, sin llegar, sin encontrar, sin descansar. Nos dejamos, nos abandonamos por inercia, por desgano, por cansancio. Nos perseguimos por dentro, sin encontrarnos, sin pensar, desgarrándonos lentamente, y así, infinitamente, porque sí porque no vemos más allá porque desfallecemos porque duele no saber duele el vacío el silencio due

sábado, 27 de marzo de 2010

El sueño de Anna


Sentada, sola, apenas llegaba a sus oídos el eco de un murmullo que no pudo discernir. Por un momento pensó en la voz de su padre. ¿por qué su padre?, se preguntó en su interior, cuando de repente, así como así, se dio cuenta de que lo que oía, (empezaba a aclararse mejor), era una multitud de voces masculinas que provenían como un torbellino de la biblioteca municipal, que estaba a unos metros de ella. Se dio vuelta, dispuesta a pararse. A tan sólo unos pasos, podía penetrar en el sendero rojo que conectaba el parque, donde ella apaciblemente se encontraba leyendo un libro, y desde donde podía ver la famosa biblioteca, imponente que surgía entre dos pinos fuertes y erguidos. “No te atrevas, no te dejarán entrar, está prohibido para ti”.
Anna despertó sudorosa por el calor del verano que se hacía cada vez más intenso con el paso de los días en la isla. Ese extraño sueño agitaba sus sentidos casi todas las noches. Pero lo extraño era que en su memoria sólo se presentaban pequeños fragmentos del sueño. Tuvo la débil sensación de que había mucho más.
Se preguntaba, se cuestionaba una y otra vez sobre el significado de las réplicas de un sueño que no llegaba a ser aterrador, pero que aún así, la perturbaba. Recordó, esa mañana, mientras se servía una taza de té helado, el día en que se enteró de la triste noticia de la muerte de su padre. Tuvo que viajar del pequeño pueblo donde vivía al otro lado del globo. El viaje en avión a veces se vuelve cansador, más aún cuando las ansias de llegar se convierten en una rara obsesión.
“Padre, sólo te tenía a ti, eras el único que quedaba en mi solitaria vida…” fueron sus palabras de despedida en el funeral, dejando al descubierto entre toda la gente que lo que importaba era ella, frágil y desprotegida, antes que la pérdida de un hombre que marcó los cambios en la historia de la medicina actual.
“¿Qué habrán pensado los demás?”, pensó Anna, dos años después del trágico acontecimiento, traumático para ella, mientras sorbía el último trago de su te helado. Pero tomó la firme postura de que ya no le importaría lo que pensara la gente, ya que ahora, se trataba de ella sola y su pequeño mundo construido por y para ella en un lejano pueblo, donde nadie la conocía, porque Anna se había convertido de un día para el otro en una mujer tímida y ermitaña, no solía hablar con alguien, a menos que valiera la pena o fuera necesario hacerlo. Anna siempre se consideró una mujer de pocas palabras, seria e introvertida, solía huir del bullicio, de la muchedumbre, sus únicas amigas eran dos personas que conoció en su trabajo. Cuando le preguntaron en su primera entrevista por qué quería ese empleo, ella respondió, que le gustaba escribir, simplemente, escribir.
Para Anna la vida tenía su sentido pleno cuando sabía que nada le trastornaría la rutina de caminar hasta su trabajo que quedaba en una modesta oficina de una empresa cuyo nombre era difícil de pronunciar, a una hora de la pequeña pensión donde vivía, en una calle tranquila, de tierra, surcada por árboles florecidos.” Anna no tiene vida propia”, se decía frecuentemente a sí misma cada mañana, cuando despertaba. Pero Anna no era ella sin esa vida, que transcurría de la casa al trabajo, del trabajo a la casa. No obstante, ese día, no tenía que ir a trabajar ya que era domingo y como estaba soleado iría a caminar por el parque, ese mismo parque que aparecía noche tras noche en sus pálidos sueños. Pero, había una diferencia, ese parque con un césped verde turbio, no limitaba con ninguna biblioteca, sino que miraba al río: un río inmenso que muchas veces le sirvió a Anna de inspiración para escribir su tan pero tan ansiada novela, novela que nunca pudo terminar. En cada “tiempo libre”, como decía ella, (ya que no tenía otra cosa que hacer) se ponía a teclear en la computadora la controvertida historia de la extraña relación entre una escritora famosa de cuarenta años y un fanático, adolescente que admiraba su obra.
Así que se dispuso a salir, respirar el aire de la calurosa mañana y caminar, tan sólo eso, caminar, entre pausas y silencios. Mientras caminaba, pensaba. Los pensamientos se enredaban en su mente: el sueño, la aletargada e imposible novela, su padre, el sueño, otra vez
Las horas pasaron, el sol comenzó a declinar en el horizonte y estiraba sus manos color mate que acariciaban el río brillante. Anna pensó en los motivos por los cuales no podía terminar su ansiada novela, que se hacía esperar y descansaba en su escritorio de pino verde. No tenía motivo alguno, ella lo sabía en el fondo. Muchas veces se preguntó porqué había elegido la solitaria vida en un monótono pueblito que se perdía en una isla alejada de todo. Ella sabía la respuesta: Eligió estar distanciada de la presencia agobiante de su madrastra. Anna era única hija de un matrimonio que nunca funcionó, y cuando murió su madre, aquejada por un cáncer que la fue consumiendo poco a poco, no reprochó a su padre, aún cuando tenía motivos más que suficientes para hacerlo, por el abandono al que se sintió sometida, cuando ella era tan sólo una adolescente. Por el contrario, amaba profundamente a su padre y sentía su ausencia, ahora que la edad surcaba su frente, ahora que todo se hacía más difícil. Pensó, por un instante, por qué no se arriesgaba nunca a soltarlo, ¿por qué con el paso del tiempo, seguía atormentándole la imagen viva de su padre? Sólo por un momento, pensó en su eterna sonrisa, en la sana amistad que siempre los unió. Anna sabía que en su interior, el hilo umbilical entre ella y su padre, jamás se cortaría. Quizás por eso nunca decidió unirse a nadie, a ningún hombre de los tantos que la deseaban y con los que simplemente se permitía vivir una aventura pasajera. Quizás porque sabía que el estilo de hombre que ella deseaba se asimilaba a al de su padre y no había encontrado a nadie capaz de igualársele. Con el tiempo, quizás, ese hilo se debilitaría y desaparecería, pensaba, mientras una rama seca, del color de la miel, se quebraba entre sus manos.
El ocaso dejó sus últimos trazos en el paisaje verde, y Anna se dispuso a regresar a su hogar. Aunque no esperaba ninguna llamada, nunca olvidaba llevar a cuestas el celular. Sorprendentemente, recibió un mensaje de Lina: “te pasamos a buscar, daremos un paseo en auto”. Como saliendo de un profundo letargo, recordó que de vez en cuando solía reunirse con sus únicas amigas del trabajo, las únicas que podían llamarla y sacarla de su “solitaria cueva” un domingo.
Cuando entró a su habitación, se quitó los auriculares, en ella sonaba una lejana y triste canción, de esas que tanto le gustaban y que le llegaban muy adentro del alma. “No puedo olvidar”, “puedo verlo en mi mente”, “no puedo mirar”, “Sé que he lastimado” “No existe perdón…”, susurró Anna por lo bajo.
No había tiempo para elegir qué ropa ponerse. Anna era una mujer de sencillas decisiones y no le gustaba andar titubeando con los atuendos. De repente, escuchó que alguien golpeaba la puerta: era Laura. “Oíme”, dijo efusiva, ”¿aún no estás lista?
El tiempo para Anna no era precisamente un reloj de arena. Para ella el tiempo transcurría lentamente, como su personalidad paciente y silenciosa, como en otro espacio, como en un universo infinito donde no existían los límites, ni los inicios, ni los finales determinantes.
“Las horas no brillan para mí” dijo con un tono burlesco, “pasen”. Tiempo después, sus amigas entenderían el sentido de la extraña frase que soltó Anna, al tiempo que su mirada parecía perderse en el vacío.
El paseo le resultó aburrido a Anna. Como siempre, sus pocas palabras no lograban formar parte de las caóticas conversaciones de sus comunicativas amigas. Aunque sí pareció interesarle un tema que giraba en torno al complejo de Edipo y de una tal Electra, o algo así. Pronto esgrimió, que las abandonaba porque estaba algo cansada, ya que últimamente no había podido conciliar el sueño durante las noches. Las comprensivas amigas no quisieron escudriñar en sus asuntos y no insistieron demasiado dadas las circunstancias.
“Está bien”, dijo Lina, “vemos que hoy no estás con todas las luces”.
Anna las dejó allí, prefería estar sola, mientras contemplaba a sus amigas alegres y risueñas. A cierta distancia, las visualizó bebiendo vino a orillas del río, donde tantas veces, en un tiempo atrás, cuando aún no era huérfana, disfrutaba ella también, y se embriagaba con los tragos que ella misma preparaba y que tanto le gustaban. Ahora ya no era esa persona, ya no era esa mujer posmoderna, a la que le daba lo mismo, las idas y venidas, las relaciones causales y sus efímeras consecuencias. No logró recordar cuándo comenzó a cambiar, cuándo fue que perdió la capacidad de vivir el presente, el día a día y sintió una obsesiva inclinación hacia el pasado, al viejo y eterno pasado que latía en su memoria, avivando la angustia, conservando el incansable deseo de retener los pocos recuerdos que la hacían sentir bien.
Se dejó caer en su sillón de cuero verde, en la sala penumbrosa, dejó caer también el vaso de vino blanco que se había servido, con la intención de ir a dormir más tranquila y relajada después de beber, como era su costumbre. Sus ojos lejanos se perdieron de nuevo en la oscuridad de la noche, iluminada por las escasas estrellas que se dejaban ver a través de la amplia ventana. Recordó la última vez que había soñado el mismo sueño, recordó el sendero rojo que la conducía a la laberíntica biblioteca donde le estaba vedada la entrada, recordó el libro que estaba leyendo, y descubrió en el libro la novela de su propia autoría, que narraba la historia de los amantes cruelmente finalizada. Recordó la voz masculina que se perdía entre otras voces, recordó su propia voz gimiendo palabras ininteligibles. Entonces, pudo ver claramente, no sabía si era un efecto del vino que aún mojaban, dulcemente, sus labios o si por fin la clarividencia llegó a su cansada conciencia y le permitió ver lo que no había podido ver, lo que tanto perturbaba sus días y sus horas. Pudo darse cuenta, por fin, que su propia historia se borraba línea a línea, y que la persona que había estado soñando no era ella, sino su padre por cuyas venas aún corría sangre caliente. Todo lo que anhelaba, ahora, era sumergirse de nuevo en ese sueño y volver a sus raíces, al principio de todas las cosas, para volver a nacer, porque ahora no era ella, aún no le habían otorgado el elixir de la existencia. Ella surgiría con la mañana siguiente para convertirse en lo que no deseaba ser: una ermitaña mujer que vivía en un pequeño pueblo, aislada del mundo.





viernes, 26 de marzo de 2010

La hija del viento

Aferrada a la soledad de la música, sólo siente, percibe, lame la miel dulce de los sonidos que se albergan en sus entrañas. Le abriga la Melodía que aprieta, desgarra y se alista a abrir una puerta desierta.
Sólo un momento, un tiempo para detenerse, piensa en lo inefable porque no se puede traducir en palabras el placer infinito de oir melancólicamente las letras de una canción lejana y misteriosa y al mismo tiempo tener la certeza absoluta de que las palabras no saldrán porque se encuentran dormidas en un lecho inamovible. Será una voz en su interior la que diga que se encuentra paralizada, atravesada en las paredes de su pensamiento, porque las palabras no salen, no se escriben solas en la hoja en blanco, las palabras no desean dejarse ver, ¿entonces?, ¿nada qué hacer?, piensa, sólo piensa, mientras tiemblan sus dedos fríos en la oscuridad, porque la falta de inspiración implica no ver, y vivir en la tiniebla absoluta. No hay inspiración alguna. Sólo la envuelve esa música ciega, que la acompaña fiel hacia el abismo. Un abismo embriagador, casi perfecto. Su propia alma lucha contra lo que nunca cree podrá triunfar. Siente que es apenas el comienzo de una larga travesía.
Percibe que impera el vacío, el silencio de una larga noche… una noche contra la que ella no puede, ni podrá, porque se encuentra en la periferia, en el borde de la soledad.
Sabe que no podrá contra ese silencio. Ella se encuentra en un pozo profundo. Se pregunta porqué tantas contradicciones, otra vez, otra vez. Grita, rompe, rompe y grita. Acaso, se enmudece ante tanta ira, ante tanta angustia, porque no sabe manejarla, no sabe.
Sólo le sobran energías para escribir nimiedades, pero sus dedos tienen ganas de hacerlo, una y otra vez.
Las teclas navegan en un mar de pasiones infinitas. Quizás la escritura, la palabra aquella que no se puede traducir, nunca traducir, la envuelva.
Se pregunta si habrá alguien detrás del muro de silencio que la rodea, alguien que no se sienta adormecida por los surcos de la vejez, como ahora ella cree que se encuentra.
Ella se siente vieja, el tiempo la ha adormecido, la ha enmudecido contra toda lascivia. Si sólo pudiera tener armas contra el tiempo, el tiempo, ese maldito lobo que corre más rápido que ella., sí sólo pudiera guardar la llave que abre todos los misterios de la noche. En un silencio como ese en que todas las preguntas parecen responderse solas. Ella se siente más allá de todas las cosas. En algún tiempo se sintió como los delfines, en algún tiempo su voz, su piel, su cara marchita, sus ojos de rocío habían resplandecido alguna vez. Ella que camina encorvada y sola por las calles de adoquines, frías y oscuras, que se apoya por las paredes que se derrumban lentamente por el pasar del tiempo, no sabe que se muere poco a poco.
Pero lo que no sabe es que sí hay alguien detrás del muro de silencio, es un ser indescriptible, que se ha apoderado de ella, un ser que domina sus pasos, su ventura y desventura, que decidió surcar su destino, manejar los hilos de su existencia. Se está volviendo loca?. Quizás…la locura puede ser signo de inteligencia, de originalidad. Es ese ser que de manera indescifrable, maneja las cuerdas que ella no puede ni podrá ver jamás. Y se deja desvanecer en la intriga, en la duda que siempre la ha rodeado. Y la ha superado.
Pero a pesar de todo la música sigue rodeándola como agua cálida y placentera. Y comprende que aunque se encuentre desdoblada, la magia de ese silencio en la noche la liberará del tiempo, y se desvanecerá entre los hilos del viento.
*************************************************************************